lunes, 20 de octubre de 2008

Mañana, quizás.

Abrazamos la vida cuando nos conviene, y la escupimos cuando no.
A veces pienso que de poco y nada sirve intentar, más vale concretar; decir: "sí, lo haré". No queda otra. Nos quedamos en el intento y olvidamos lo concreto, lo palpable. No debemos aferrarnos a ideas ilusas y quiméricas como las de platón, seamos realistas, aquí todo vale, la nada de nada sirve. Debemos actuar, ahora. Hoy es hoy. Es tan difícil. Pero es o es, omitamos el casi.
Todos tus pantalones, tu polerón favorito, tus poleras, tus chalecos, tu chaqueta, tus calcetines; no olvides las zapatillas, todo en tu maleta. Lo justo y necesario. Lleva lapiz y papel, la cámara y las fotos del verano anterior.
A las siete y media te espero en el terminal, andén 35.

...

No sé por dónde empezar.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Nada.

Sucede que son las ganas de tenerte y asfixiarte y amarrarte y ahorcarte. Son las ganas de matarte. Con mis piernas. Lento pero seguro. Será el crimen perfecto. No el primero, tampoco el último, vendrán muchos. Ninguno como este. Te ahogaré. Sumergete, hundete.
Tan intenso. Me gusta esa palabra, ¿sabes?
Así que, bueno, resulta que, no sé. Espera.
Espera un poco más; iré por un café.
Ven, acercate. Hueleme, tocame, ¡leeme más de cerca!
Entonces, así la distancia será nada.
Acaso, ¿no me ves?
Estoy frente a ti.
Toda, completa, casi vacía.
Este es mi cuerpo, que se retuerce, se estremece, tiembla. No sé si aún me quede cuerpo.
Alma tampoco. Porque siento pero no. Esto no es sensación, es algo menos.
Bajo al fondo.

Subreal.

Y tu piel es blanca esta mañana
y yo más rápido veloz a veces lento
casi como esta silenciosa
que cuelga boca abajo
enredadera plateada de mis noches
ceniza de mis ausencias
aquí estas allá casi
y callas
háblame de amor
yo te hablare de dolores
amargos peces que me atoran
y azotan
el alma se me llena
de escamas y cada día una rosa
vacía
en esta casa hay una espina menos
y te callas otra vez
ellos gritan
cosquillas en mis rodillas
los dedos anclados en la piel
de este cadáver
que camina en busca de aspirinas
no tiene zapatos
tampoco zapatillas
y se llena de humo
de polvo
formando sintiendo
y nace el
caos caótico de la lengua
escrita casi como un poema
se cree soneto pero no le alcanza
ni para oda
algo de oda tiene
se cree cebolla
llora y llora
como las galaxias
que venden estrellas
¡llevelas por separado!
el sol está en mi boca
la sal un poco más abajo
y más abajo aún el agua
el mar
intenso profundo hondo
adentro
y de nuevo los océanos
me gusta el mar
detesto la arena
pero yo sé que la luna inquieta
busca la silueta
del pez
en la pileta.

Esto nunca tuvo ni tendrá sentido.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Ficticio.

Me canse de las sutilezas y de los eufemismos de mediodía.
Seamos realistas.
Todos son unos perros calientes, esperando el momento perfecto y preciso para capturar la presa. Con la baba en el hocico, deseando, con la líbido a mil. Lujuria, palabra demasiado elegante. No es lujuria, es carne. Es el todo y la nada. Es un enjambre de músculos y fluídos. Devorándose.
Entran a una de las tantas piezas. Un laberinto. Oh, deja con llave, por favor. Enciende las luces, quiero verte la cara maldita perra, exclama entre gemidos. Se besan, se muerden, se lamen, se chupan. Le agarra el culo, se lo manosea. Ella no se queja. Él sabe, ella es la presa perfecta, fácil, caliente, una puta. La toma con fuerza, le entierra los dedos en su espalda, le quita la polera, con vehemencia, con impetú, sobretodo con ganas. Ganas sobran. Ella antes de la polera, comienza por su pantalón; maldito botón. Se rompe, adiós pantalón. Adiós ropita interior, qué linda que eres. Lo toma, lo agita, lo aprieta. Se lo come. Qué manjar. Tantos olores y tantos sabores, pero ninguno como ese. La presa dura, en la boca se derrama, cuelga un hilo, se balancea, se derrite en la lengua. Se cansa. Cambian papeles. Ella disfruta. Es lo mejor, se lo hace saber. Y se derrama y el oceáno y los lagos y los ríos y toda la humedad del mundo se hace presente. Vamos perra, que me canse, ven aquí, ven, súbete. Rápido, apúrate.
Oh, me encanta como te mueves, sigue, no te detengas. Para, para, para, maldita perra, o querís que me vaya, para maraca, para. Se detienen. El sudor como cristales sobre la piel, el calor sofocante, los latidos en la boca, la carne fresca, humeda, pegajosa. Continúan. Como animales, hambrientos. Suena el teléfono. Ella contesta, con la voz entrecortada, deja de moverse. Todo acaba, y qué es todo sino la nada. Se lava la cara, se viste, toma sus cosas, se despide. Debo irme, ¿cómo te llamas?
La carne se pudre, yo me pudro también.