martes, 26 de agosto de 2008

Corriente.

Siempre lo haré, igual. Siempre, he, puesto, comas, donde, no las hay. Y he quitado puntos. Dónde debería haberlos. Esto es el caos, es desorden, es lo más absurdo que podría haber hecho, esto, es la misma mermelada de siempre, amarga, como la cocina de la abuela. Nadie dijo que sería fácil, es lo más difícil, lo asumo. Tan difícil como levantar la frente. Bajo la mirada, como el peor ladrón. Es vergüenza. De la güena señor, de la güena. Esto es un caos, literario, social, de adentro, bien dentro. No hablo de lengua, pues no tengo. Debería no hablar, porque hablo y dejo la cagá, así de simple. Lo sé. No debí haber llegado. No sé por qué, maldita sea. Es un problema, me han dado la solución y no la tomo, me tomo todo lo demás. Mejor doy media vuelta, o vuelta entera. Los ladrillos caen uno a uno en mi cabeza y los pedazos de cráneo salen volando, algunos se incrustan en la pared. Me duele. Me duelen hasta las tripas. Tal vez, esta noche toque fondo. Me duele la piel, arde. Quema. El futuro se desarma, es inevitable. El aire me parece imperceptible, tú me pareces lejos. No estás. Te inventaré, quizás nos veremos, en la otra vida o en la siguiente Avenida. No sé, no importa. Quiero un café, dos, tres. No duermo hace semanas. Quizá no duerma en años. La vida es desechable, no así la muerte. Esta es la muerte no anunciada, pero sí prevista. Yo elegí la hora, el lugar. No la víctima. Sabía todo el daño que esto podía causar, pero hay algo, no sé qué diablos, no diré que es algo que hago obligada; pero tampoco es sadismo. Es otra la situación. No me gusta el dolor ajeno, prefiero el propio. Ese sí me gusta, hasta podría decir que, lo disfruto. Como las manzanas.
Podrida estoy.
Huele a cementerio, a cadáver, a gusanos. Esto es macabro. Es la muerte misma. Va más allá de sentir o no sentir el dolor, la presión en el pecho ya es nada. Me duele, me duele. Y no hay más remedio que... seguir con la rutina, claro que, con la precaución de lavar bien las manzanas antes de comerlas y tener cuidado, pues se puede caer con facilidad en el error de beber el agua en que se han lavado. Tan fácil como respirar. Es la paradoja de la vida. Una contradicción. Nada es fácil. Nada. Todo me parece tan confuso.
Aquí hay olor a flores de cementerio, olor a flores muertas. Marchitas, mustias. Débiles.
Desde que la memoria me acompaña, reconozco aquel aroma. Recuerdo ventiladores mecánicos, gallinas muertas, huevos rotos, sonidos amarillos y voces tuertas. Madres llorando y televisores volando, sin alas, nunca entendí cómo. Pero sí, hay muchas cosas que hoy, precisamente hoy, entiendo. Ahora entiendo por qué los muertos ocupan zapatos y toman pastillas, ahora entiendo por qué.
No puedo evitarlo, la noche llega temprano. Y el sol se apaga, en pleno verano.
Caos.

martes, 12 de agosto de 2008

Quédate.

Estoy en el medio. Soy la mitad, la última parte, el último escalón, la última canción y el último tren.
Me queda poco.
Quizás poco por hacer, poco para terminar.
Queda una hora para que sean las doce y dos días para que sea viernes, cinco meses para que termine el año y dos para los veinte.
Queda menos.
Quedan dos llaves en mi llavero, tres cigarros en la cajetilla y dos muertos en el cementerio.
No queda.
No queda.
Sólo yo quedo.
Y mis zapatos están cansados.
Negros.
Marchitos.
Andate con tus demonios.
Por favor.

domingo, 10 de agosto de 2008

Feliz Día.

Mañana abriré un cuaderno, tomaré los antiguos lapices de cera y dibujaré una casa, con dos ventanas, una puerta, tejado y una chimenea. Tendrá una reja de madera, mucho pasto; tejado verde, una puerta amarilla, ventanas anaranjadas y una chimenea morada. En el jardín habrá un árbol, con hojas redondas y manzanas cuadradas. No haré nubes pero sí un sol. O quizás dos. Luego saldré corriendo por el pasillo de la casa, llegaré a la mesita de centro y bailaré aquella canción de Presley que tanto me gustaba, luego me pintaré la boca con el labial de mamá, me pondré sus tacos y me colgaré en el cuello sus collares. En el parque correré tras el perro, subiré a los arboles, haré dibujos en la tierra con una barilla; volveré a casa y tomaré leche con chocolate, le diré a la abuela que me prepare un pan con quesito derretido y por mientras veré la serie de las seis.

Nadie me advirtió que crecer doliera tanto.