lunes, 23 de junio de 2008

Un Click.

Viniste a mí por accidente, igual que yo a la vida. Algo desmayada, algo desordenada, algo desencajada, siempre despeinada y desaliñada. Rompiendo corazones, ventanas y paciencias.
Pero, no te preocupes. No volveré a preguntar si viste la última basura de cortometraje ABC1 o si escuchaste la última metida de patas del sistema de estudios, si barajaste la última discusión a pastel y cincel con tu madre, si te comiste la codiciada sopaipilla ésa de hace tres semanas o si te embobaste de nuevo con esa tonta del barrio de antaño. No importa la noche anterior o la tarde de porquería, porque nos pondremos al día con coloridas calorías y tacitas de café, al lado de tus cigarros y de mis comentarios que te encrespan, espero. Quizás debimos ser monja y sacerdote para tener más complicidad, quizás partimos como bacteria, polvo y escollo. Quién sabe si fuimos o no, quien sabe si hemos sido eso o lo otro, o gusano y manzana, o hermano y hermana, o amigo y amiga, o ángel y demonio, o tumba y cementerio. Nadie sabe en realidad lo que hemos sido por tanto tiempo, ni tampoco nadie ha sabido lo que nos hemos dicho en tanto ciclo. Mientras escribo, tú quizás estés durmiendo; mientras yo esté durmiendo, tú quizás estés invocando; siempre extremos, siempre diversos, siempre eternos. En color reventado o gris acaramelado, aunque te den mil y un cosquillas o te sangren de nuevo esas viejas heridas.
Nunca supe realmente que esperaba, nunca sabré realmente si eras tú, sólo me conformo con la satisfacción de que cambiaste de pronto mi vida.

domingo, 8 de junio de 2008

35°

Fue un viernes, viernes maldito, como todos los jueves. El pavimento estaba congelado y sus manos azules de frío. Terminó de mascar el último cigarro y sus dedos temblaban amarillos, necesitaba otro y otro y otro y otro, sus pulmones se lo pedían a gritos.
No lo pensó dos veces y se hundió en la estación de metro, sofocante; enorme, vertiginosa, había escaleras hasta en el techo, salidas por aquí y por allá, vereda norte, vereda sur, salida a Ahumada, Cousiño, qué sé yo. Se dejó arrastrar por la masa, la pisotiaron, le escupieron, le tiraron el pelo, le quebraron las uñas, le rasgaron su ropa y su piel. Bajó por las escaleras hacía el andén, con ojos de paranoia, buscándolo entre la gente, entre burocratas y prostitutas. Pero él, ya había hecho el cambio de andén.