miércoles, 16 de julio de 2008

Miel.

5:00 a.m.

Parque. Luz tenue. Nublado. Estación de metro cerca, muy cerca. Calles vacías. Manos frías. Semáforo en rojo.

¿Otro punto?

Camino tranquila, a paso lento. Me detengo, respiro. Cruzo la avenida. Otra vez llueve. Prendo un cigarro, es el último. Los minutos se comen unos a otros, vivos. Sigo caminando.
Y no sé hacia donde, ni por qué a esta hora; tampoco me lo pregunto. Ya no me pregunto nada, creo que demasiadas preguntas me tienen así. Caminando aquí, deambulando, buscando algo. Algo. Algo. Algo. Quizás qué... quién sabe.
Aún tengo tu aroma en mis manos y en mi cuerpo los rastros de aquel baile.
Me rindo... ¡no apareces!
Eso hago aquí, te busco hace varias horas y el maldito teléfono no suena y lo miro con paranoia y, y, y, quiero alejarte. No puedo. Quiero gritar tu nombre, pero la gente duerme. ¡Maldición! Sigo caminando. Sigue lloviendo.
Continúo...
Llego a esa estación de metro. Los kioskos están cerrados y los bares también. Me siento en una banca y busco en mi billetera tu foto y la última carta que escribiste, aquella con manchas de café. Pero la tinta desaparece con la lluvia. Recojo las palabras y las vuelvo a plasmar, pero no hay caso... se diluyen.

Mentira. Estoy aquí, tengo un café a mi lado y un reloj sin pilas. No tengo billetera, no tengo fotos ni cartas tampoco. No tengo lo que quiero tener. Ni siquiera sé qué quiero.
Ese es el problema.
Es locura, lo sé.

La noche me parece inevitable.

lunes, 14 de julio de 2008

Clara(mente) oscuridad.

Todo el veneno de una vez, sin reticencias. Sin tapujos. Dejemos las buenas costumbres de lado, las sonrisitas de mediodía y las carcajadas de amanecida.
Quiero que lo diga de frente, de zopetón. Las palabras están para decirlas, no para tragarlas, como el vino.
No desayunemos cigarros, dejemos el humo y la copa de lado.

domingo, 13 de julio de 2008

00:00

11:00 a.m.
Boleterías del Metro U. de Chile.
Bajo al andén y como siempre, espero.
Primer tren.
Segundo tren.
Tercero, cuarto, quinto.
No sé, perdí la cuenta.
3:10 p.m.
Sigo observando a estos mortales.
Caminan, corren, descansan y se cansan. No se detienen, pero tienen que.
Tanta gente junta me desespera, tantas voces, aromas, sabores y colores. El metro tiene algo, un no sé qué. Son las escaleras, las salidas, los estropajos y los zapatos sin pasos. Yo doy dos, tres, cuatro y me canso. Ando insoportable, irascible, vulnerable, hasta un poco sensible. Cada estación me provoca una sensación diferente, también el invierno. Tal vez sea julio, que viene con su voz de abril y me golpea la puerta con la fuerza de agosto. O quizás aún es junio. No sé. A nadie le preocupa el tiempo, ni a los atrasados, ni a los impuntuales; menos al vendedor de flores.
Otro tren. Nadie baja, suben pocos.
Voy al teléfono público, busco en mis bolsillos alguna moneda, quedan dos, marco el número (...) del otro lado nadie contesta. Intento otra vez, en vano.
Me doy vueltas por el andén, bordeando la línea.
Subo.
6:00 p.m.
Las calles cansadas se retuercen y gimen, los semáforos diabólicos bailan el tango de los gorriones famélicos. Cambia el panorama. Aquí arriba se siente más el frío. Camino por la Alameda, sin prisa, con el alma cansada. El paseo Ahumada se llena de amantes. Y yo sigo con mis pies. Vuelvo a la Alameda, llego a Santa Lucía. No estás. Me doy vueltas y vueltas, la señora del kiosko me mira extrañada, no sé qué pensará. Una pareja se besa frente a mí, con tanto impetú, como si terminase el mundo; y yo sigo con mis cigarros.
Camino hacia el parque Forestal, las nubes confabulan y comienza a llover. Entro al café más cercano, oigo violines y murmullos. El teléfono aún no suena. Sigo esperando, pido un café. Dos, tres. Un tipo se acerca y me pregunta qué hora es, "no tengo hora" le respondo.

lunes, 7 de julio de 2008

Perdí.

Una vez más. Huidobro tenía razón, la muerta está atornillada a la vida. Esto es un círculo, una rueda, no se detiene. Nunca.