No espero algo, espero nada. El café se congela y yo también.
Hoy cuando salí del metro por quinta vez, me temblaban las piernas -no de frío- y una sensación extraña me recorría el cuerpo, las manos me sudaban a mares. Si hubiese sabido antes, que este era un mecanismo de premonición, no hubiese continuado con tan aletargada caminata. En fin, llegué a destino y como siempre, no se me hizo problema el esperar. Fue esa espera la menos parsimoniosa de todas. No sé de dónde diablos salieron las palabras, no sé si las inventé o siempre estuvieron allí; pero las dije y no sé si estuve bien en hacerlo, creo que debí haber engullido la curiosidad y evitar preguntas, quizás, absurdas. Pero me es difícil evitar hacer/decir/callar las cosas cuando las siento.
Hay gente que se enamora en la micro, en el metro, en la calle, en hospitales y cementerios, siempre he reído de esas típicas historias: "¿Sabes? ni te imaginas, iba bajando las escaleras del supermercado y no sé que pasó, pero cuando vi a ese tipo, salieron de su capullo todas las orugas y se apoderaron de mi estómago", "Oye, mira, ¡mira! ¿lo ves? él es, siempre lo supe".
No creo en lo superficial.
Pero hoy, pensé durante un par de minutos que nos conocíamos desde siempre. Es raro todo esto, me siento como la Paula de hace diez años atrás, esa que se enamoraba de las sonrisas.
Sí. Existe este tipo de "encuentros" y tal vez, no son una mera casualidad.
Los minutos también sonríen, y recuerdo y me río. Qué patética.
- ¿Hola?
...
Continuará.Jajá, lo sé, lo sé.