sábado, 31 de mayo de 2008

Setenta y siete preguntas.

Escribo veinte mil quinientas cuarenta y cinco veces lo mismo, de diferente forma y lo borro y lo borro y lo borro, no me gusta. No me convence.
No espero algo, espero nada. El café se congela y yo también.
Hoy cuando salí del metro por quinta vez, me temblaban las piernas -no de frío- y una sensación extraña me recorría el cuerpo, las manos me sudaban a mares. Si hubiese sabido antes, que este era un mecanismo de premonición, no hubiese continuado con tan aletargada caminata. En fin, llegué a destino y como siempre, no se me hizo problema el esperar. Fue esa espera la menos parsimoniosa de todas. No sé de dónde diablos salieron las palabras, no sé si las inventé o siempre estuvieron allí; pero las dije y no sé si estuve bien en hacerlo, creo que debí haber engullido la curiosidad y evitar preguntas, quizás, absurdas. Pero me es difícil evitar hacer/decir/callar las cosas cuando las siento.
Hay gente que se enamora en la micro, en el metro, en la calle, en hospitales y cementerios, siempre he reído de esas típicas historias: "¿Sabes? ni te imaginas, iba bajando las escaleras del supermercado y no sé que pasó, pero cuando vi a ese tipo, salieron de su capullo todas las orugas y se apoderaron de mi estómago", "Oye, mira, ¡mira! ¿lo ves? él es, siempre lo supe".
No creo en lo superficial.
Pero hoy, pensé durante un par de minutos que nos conocíamos desde siempre. Es raro todo esto, me siento como la Paula de hace diez años atrás, esa que se enamoraba de las sonrisas.
Sí. Existe este tipo de "encuentros" y tal vez, no son una mera casualidad.
Los minutos también sonríen, y recuerdo y me río. Qué patética.
- ¿Hola?
...
Continuará.
Jajá, lo sé, lo sé.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Brindemos.

Destapemos la botella y descorchemos la vida, dejando que rebote contra el techo, y se derrame en la alfombra impoluta.
Estiremos los brazos al cielo, ¡hagamos un salud y traguemonos la luna!
A dentelladas le sacaremos la boca a las estrellas. Hambrientos. Sí, tan hambrientos.
El cielo cae inexorable, nos envuelve y la noche rebosante de oscuridad se mezcla con los cuerpos, celestes, de tanto tinto.
¡Salud, por la luna!
Que no se apague tan pronto.
Es así, los locos andamos propensos al amor, a la paradoja, al sueño de una noche de verano. El papel afila sus uñas. Y mi carne se hace nudo. La sangre se hace hebra, un ovillo que rueda sobre el pavimento.
Por eso, me desvisto aquí.
Y mi piel la dejo en el perchero, mi cabeza en el sofá y me saco los pies, para que descansen mis zapatos.

Paradojajajá.

De mi boca salen peces amargos y pájaros ciegos escupiendo colores, elefantes morados y nubes sordas, gusanos gigantes y perros inmundos. Siento el aliento del cemento que me toca el cuerpo y lo detesto. Es éste el tiempo de los enfermos. Huelo las grietas, invento el silencio, le hago un nudo en la garganta para que deje de gritarme. Mis oídos son sinónimo de olvido y, el silencio su peor enemigo.
¡Más agua para el ahogado, más cuerda para el ahorcado!
No elegí este corazón, por eso, creo que entre más cerca de la acera perezca, mejor. Me mira y me suplica que no lo arroje al suelo, no le gusta el pavimento, tampoco las sabanas; pero ese pedazo de carne tiene que estar pronto bajo tierra, por eso me lo arranco, por eso lo escupo y lo pisoteo. Así será su muerte porque así lo quiero. Así será, enorme, atroz y lapidaria como la muerte ajena.
Mis letras son las venas de un cuerpo mutilado. Las palabras se astillan, como costillas por el raspar de una navaja. Se encogen y se ablandan hasta alcanzar textura de algodón -sin azúcar-.

jueves, 22 de mayo de 2008

Junio.


Miraban un atardecer desde el último piso de un edificio. Él dijo: "¿Volvamos?". Ella asintió con una tenue sonrisa. Inesperadamente, se arrojó por la ventana.
"Volemos", habría escuchado ella.

Nunca he tenido ambiciones, pero debería tenerlas. Hay gente que vive tras su Moby Dick, tras Don Quijote y los Picapiedras. Yo vivo en un mundo centrífugo. Pienso que el 99% vive de forma inconsciente como animalitos, que, a medida que crecen, adoptan los comportamientos necesarios para relacionarse con el resto del rebaño. La animalidad humana me desespera. Detesto la gente que dice sí porque sí, que se mueve, que se adapta a las diversas formas del vacío. Yo no me adapto. Los envidio por su simpleza, envidio la capacidad que tienen algunas personas para sonreír facilmente, para empezar una conversación, socializar en la micro, en el metro, que conversa con el vecino y con el señor de la panadería. Yo tengo que ir al médico y no tengo ganas de hablar ni con el médico, de explicarle, de describirle mi yo enfermo.
Reconozco que tengo facilidad para ocultar (algunas) cosas que me duelen, transformarlas tal vez, en ganas de dormir, de apagarme, de drogarlas, embriagarlas. Me irrito y me derrito, me idiotizo, espanto a la gente. Las causas perdidas. No asumo nada. Es que tengo poca suerte, pienso. Estoy confundida. Es necesario que deje de ser invierno, es necesario que sean las vacaciones de fiestas patrias, es necesario que sea la navidad y el viejito pascuero me traiga lo que prometió parece que en chiste, pero le aclaro que la pataleta fue en serio.
¿Es de alcohólicos desear un ron el miércoles a mediodía?
Rasca y desubicado.
Pero a mi me da lo mismo.
Como diría Fulano: "¡A quién le importa!" .

Sigo sin entenderme. Son las siete y mí café sabe a ventana.
La lluvia huele a libro añejo.
Y las manzanas ruedan por el techo.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Gris.

Me asusta mi propia vulnerabilidad. Me asusta lo poco que soy, lo que trato de ser para complacer a quienes quiero. Tengo miedo de todo cuanto haga se torne errado. Y termine haciendo daño, en vez de fortalecerles. Me pierdo entre las palabras que pensé ayer y jamás salieron de mi boca, las mismas que pienso hoy; y me las trago. Lo que quiero decir se esconde en mis bolsillos, termino perdiendo lo esencial, lo que es real; a cambio de lo que se construye tras mis párpados. No es bueno, lo sé. Pero estoy perdida. Perdida entre lo que creo y lo que es. Perdida. Hoy no cabe nada más en mí, que una pena que deshace, destraba y desbarata cualquier corazón. La misma con la que necesito descifrar, lo absurdo e irreal en mí. Y lo que destroza mis sentidos.
No quiero seguir derramando sensibilidad ni seguir escondiendo lo que parece obvio. Estoy harta de albergar hasta lo imposible en un saco que no resiste el peso de su propio silencio. El tiempo se torna lento, pausado y violento.
Y es así, el viento nos dibuja en la esquina de lo cotidiano; la noche vuelve en una mañana y se queda. Nos aturde, haciéndonos creer que lo más complejo se torna sencillo entre nosotros. Son recuerdos que duelen, pero abrazan la vida en silencios. Rasguñan el alma, nos hacen temblar, correr, correr, bajar las escaleras y no volver a subirlas jamás. El cielo se tiñe de un tono enfermizo, casi denso. Los sonidos que antes eran imperceptibles, hoy se suspenden en el aire, como murmullos disipados, que al moldear palabras se tornan burdos, ruidosos y extenuantes. Se transforman en una especie de hielo suave, que sucumbe a la oscuridad más leve. Y es que a través de estas venas, no derramo más que palabras y versos confusos, historias que no conocía, y que son casi mías. Bombean mi vida, me absorben como un líquido lento y doloroso, que dispara, ardiendo entre los lugares más débiles del cuerpo.
Desearía tener la profundidad del mundo en mis manos, un segundo. Asegurarme un lugar en este charco. Tornarme más liviana. Acometer mi locura impalpable hacia un fondo que se niegue a surgir. Un fondo, en el que de vez en cuando, las palabras llegan, arrastradas, desembocando sobre unos labios que ya cansados de la razón, se niegan a hablar. Y callan. Porque desde hace un tiempo, que las horas se cuelgan en mis brazos, en mis letras y en todos los espacios. Desde hace un tiempo que el reloj me odia y me mira y se burla y se vuelve a reír de mí, quién sabe por qué, quizás porque no quepo más que en mi propio reducto.
Y es que en poco tiempo, se aprende que la angustia profunda y permanente, respira como una criatura viva. Que nadie quiere oír. Ni tocar. La vida exige una buena dosis de ella; pero nadie la acepta, nadie la vive. Cuando llega llega aunque nadie la invite. Eso es siempre. El dolor es uno, pero en muchas partes; y todos sentimos y lo sentimos de manera diferente, nos quiebra, nos despelleja, hace que nuestros dientes se tricen de impotencia y de rabia, hace que la marca de nuestras uñas quede tatuada en nuestras palmas, nos desgarra las entrañas y termina por pudrirnos.
Quizás después de todo terminemos pensando que la vida es en colores o tal vez en blanco y negro. Pero hoy aún el tiempo en mí, es gris. Alma gris. Manos grises. Letras grises. Sueños grises. Y un corazón gris, que me ha escogido, aunque yo no lo quiera. Y todo es gris. Ahora sí creo en los matices.
Y me escondo tras las letras.

lunes, 12 de mayo de 2008

Misantropía.

Son sólo síntomas, me están empezando a asustar estos seres (no)vivientes, se (auto)destruyen, y nadie les dice nada; se comen, se matan, se flagelan, se mutilan, se aniquilan y se mastican. Se intoxican, se drogan y se estimulan; luego se vuelven a matar. Creo que me estoy pareciendo un poco a ellos. No sé. Aún no entiendo su idioma, creo que soy una extranjera. Pero me invitaron a su planeta y acepté. Cuando llegué me miraron como bicho raro, pero no me importó, total, los bichos buscan bichos y comen bichos también. Viven bajo la tierra, en las alcantarillas, bajo los puentes y arriba de cartones. Se domestican unos a otros, luego se adaptan. Bajo no sé qué precepto pero lo hacen. Me dijeron que a penas llegara aquí, tendría que estudiar en un colegio, ser el mejor bicharraco de la comarca, luego entrar a la universidad, una buena universidad por cierto, la mejor de la charca, tener un trabajo bien remunerado, comprar una casa, ojalá en un buen barrio, con un auto del año, ojalá el más caro, tener muchos hijos, y todos sanitos por supuesto. Levantarme temprano, tomar desayuno, manejar con cuidadito porque claro, la licencia no ayuda. Ser puntual, responsable, amable y respetuosa, toda una dama frente al jefe. Hacer horas extras y quedarme hasta la hora del pito en la oficina. Luego llegar a mí hogar, dulce hogar; prepararle las mamaderas a Fulano, Mengano y Zutano, darles un besito de buenas noches a cada uno, taparlos bien para que no se resfríen. Ir a la cama. Soñar que la lava ya me alcanzó los pies, y pronto se viene otra erupción.
Creo que mejor me voy a mi planeta. No existen los humanos.

domingo, 11 de mayo de 2008

Beautiful world.

Quiero que todos los días sean viernes, quiero bailar en la mitad del Paseo Ahumada y que todos se rían de mí cara demacrada, quiero tragarme las micros y los autos y después vomitarlos cuando el semáforo esté en rojo, quiero correr hasta la botillería de la esquina, y que me atienda ese viejo hediondo a meado y a vino rancio, para que me muestre su sonrisa sin dientes y me ría de su cara de alegría, de alegría fingida. Quiero bajar y subir las escaleras del metro, sin detenerme en las miradas angustiadas y deprimentes, sin ver al ciego cantando, ni al pobre que pide limosna, sin ver a la señora que pide algo para el pancito mientras sus hijos juguetean en el andén. Me deprime ver la cara del chofer de la micro, suspirando cada cinco minutos, dándole puñetazos al volante, desesperado soñando con desvíarse del camino, desesperado esperando algún día salirse de la rutina.
Todos los días veo y bostezo con las mismas caras: la vecina, la señora de la carnicería, el escolar, el viejo verde, la empleada, el músico, el universitario, el señor del banco, el guardia de la farmacia, la profesora, el indigente, el pobre y el abogado sin auto. Y todos los días me bajo en el mismo lugar, y todos los días leo el diario; entonces me río de las noticias que, obviamente, le suben el ánimo a cualquiera; eso debe ser quizás por eso todos andan felices. Siempre he dicho lo mismo, este es un mundo hermoso.
Parece que es mejor caminar por Santiago sin audifonos, así se siente la ciudad, así escuché el otro día sus quejidos, gemidos y latidos.
En fin, ni yo me entiendo.
Chao pescao.

lunes, 5 de mayo de 2008

Tres vocales.

¿Otra vez? ¿Esta y cuántas más? Parece un chiste esta cosa, y de mal gusto. Nunca me han gustado las despedidas, pero esta tuvo algo especial, un no sé qué. Y es que así pasa, cuando no lo esperas aparece y cuando no lo buscas lo encuentras. No esperé que todo fuese tan rápido, así, de zopetón. Pero tengo rabia, porque nosé, no quería sentir eso de nuevo; y yo que pensaba que pasaba una sola vez; claro que si pasa dos veces, pasa tres y cuatro y cinco y muchas más ¿o no?. Pero esta vez no quiero que pase, osea, no quiero perder la oportunidad; pero siento que quizás sea mejor dejarlo ir. Detesto no tener fuerza de voluntad. Peor aún si quiero dejar de pensar en aquello y te veo siempre, y no porque realmente así lo quiera; sino porque transitamos la misma calle, las mismas plazas y los mismos cafés. Si hasta en la micro te me apareces, en la calle, en el semáforo y en el subterráneo. Y no es paranoia, no es que esté alucinando, es cierto mis ojos te gritan. Pero bueno, como todo comienzo tiene final, un abrazo fuerte y un beso de esos de película no vendrían mal; un chao y hasta (luego) nunca. Fue tarde, no sé la hora pero sí el lugar, nos juntamos en esa esquina, la que tenía miradas, garras y colmillos, hasta fuego le salía por la boca a la maldita; después caminamos por la alameda, subimos las escaleras, y mientras tu mirabas tú relojito yo rodaba por la escalera eléctrica y me despellejaba y rompía los huesos y el corazón de nuevo se me salía por la boca, siendo pisoteado por todas esas suelas burócratas. Te esperé dos horas, que en realidad fueron cinco minutos, llegaste y no pude evitar decirte lo que tenía planeado. Pero de nada sirvió. Mí corazón lo vomitó todo, hasta las últimas arterias, tu camisa quedó llena de sangre y hasta tus zapatos se salpicaron. No hiciste más que sacudirte y la sangre cayó al piso, como polvo, como un poquito de tierra. Estabamos sentados, sólo un par de veces me miraste a la cara. Esos ojos cafés salían corriendo por tus mejillas cuando veían los míos, la persecusión no terminaba nunca. Después de todo, llegó la hora de la despedida. Buena suerte, sé feliz. Me fui, mire hacia atrás y no estabas, era imposible. Te esfumaste. O tal vez nunca exististe, yo creo que eso debe ser, nunca exististe. Pero esto terminó, no te invento más: arranco la página, no te dibujo más sobre el pavimento, no más escaleras, no más plazas, no más calles, no más amantes. Chao amante imaginario, la Paula se cansó de tu perfección imperfecta, eres demasiado vulgar y ella quiere un caballero que la haga soñar. Chao. Chao, chao y chao.