domingo, 11 de mayo de 2008

Beautiful world.

Quiero que todos los días sean viernes, quiero bailar en la mitad del Paseo Ahumada y que todos se rían de mí cara demacrada, quiero tragarme las micros y los autos y después vomitarlos cuando el semáforo esté en rojo, quiero correr hasta la botillería de la esquina, y que me atienda ese viejo hediondo a meado y a vino rancio, para que me muestre su sonrisa sin dientes y me ría de su cara de alegría, de alegría fingida. Quiero bajar y subir las escaleras del metro, sin detenerme en las miradas angustiadas y deprimentes, sin ver al ciego cantando, ni al pobre que pide limosna, sin ver a la señora que pide algo para el pancito mientras sus hijos juguetean en el andén. Me deprime ver la cara del chofer de la micro, suspirando cada cinco minutos, dándole puñetazos al volante, desesperado soñando con desvíarse del camino, desesperado esperando algún día salirse de la rutina.
Todos los días veo y bostezo con las mismas caras: la vecina, la señora de la carnicería, el escolar, el viejo verde, la empleada, el músico, el universitario, el señor del banco, el guardia de la farmacia, la profesora, el indigente, el pobre y el abogado sin auto. Y todos los días me bajo en el mismo lugar, y todos los días leo el diario; entonces me río de las noticias que, obviamente, le suben el ánimo a cualquiera; eso debe ser quizás por eso todos andan felices. Siempre he dicho lo mismo, este es un mundo hermoso.
Parece que es mejor caminar por Santiago sin audifonos, así se siente la ciudad, así escuché el otro día sus quejidos, gemidos y latidos.
En fin, ni yo me entiendo.
Chao pescao.

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