miércoles, 28 de mayo de 2008

Paradojajajá.

De mi boca salen peces amargos y pájaros ciegos escupiendo colores, elefantes morados y nubes sordas, gusanos gigantes y perros inmundos. Siento el aliento del cemento que me toca el cuerpo y lo detesto. Es éste el tiempo de los enfermos. Huelo las grietas, invento el silencio, le hago un nudo en la garganta para que deje de gritarme. Mis oídos son sinónimo de olvido y, el silencio su peor enemigo.
¡Más agua para el ahogado, más cuerda para el ahorcado!
No elegí este corazón, por eso, creo que entre más cerca de la acera perezca, mejor. Me mira y me suplica que no lo arroje al suelo, no le gusta el pavimento, tampoco las sabanas; pero ese pedazo de carne tiene que estar pronto bajo tierra, por eso me lo arranco, por eso lo escupo y lo pisoteo. Así será su muerte porque así lo quiero. Así será, enorme, atroz y lapidaria como la muerte ajena.
Mis letras son las venas de un cuerpo mutilado. Las palabras se astillan, como costillas por el raspar de una navaja. Se encogen y se ablandan hasta alcanzar textura de algodón -sin azúcar-.

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