jueves, 22 de mayo de 2008

Junio.


Miraban un atardecer desde el último piso de un edificio. Él dijo: "¿Volvamos?". Ella asintió con una tenue sonrisa. Inesperadamente, se arrojó por la ventana.
"Volemos", habría escuchado ella.

Nunca he tenido ambiciones, pero debería tenerlas. Hay gente que vive tras su Moby Dick, tras Don Quijote y los Picapiedras. Yo vivo en un mundo centrífugo. Pienso que el 99% vive de forma inconsciente como animalitos, que, a medida que crecen, adoptan los comportamientos necesarios para relacionarse con el resto del rebaño. La animalidad humana me desespera. Detesto la gente que dice sí porque sí, que se mueve, que se adapta a las diversas formas del vacío. Yo no me adapto. Los envidio por su simpleza, envidio la capacidad que tienen algunas personas para sonreír facilmente, para empezar una conversación, socializar en la micro, en el metro, que conversa con el vecino y con el señor de la panadería. Yo tengo que ir al médico y no tengo ganas de hablar ni con el médico, de explicarle, de describirle mi yo enfermo.
Reconozco que tengo facilidad para ocultar (algunas) cosas que me duelen, transformarlas tal vez, en ganas de dormir, de apagarme, de drogarlas, embriagarlas. Me irrito y me derrito, me idiotizo, espanto a la gente. Las causas perdidas. No asumo nada. Es que tengo poca suerte, pienso. Estoy confundida. Es necesario que deje de ser invierno, es necesario que sean las vacaciones de fiestas patrias, es necesario que sea la navidad y el viejito pascuero me traiga lo que prometió parece que en chiste, pero le aclaro que la pataleta fue en serio.
¿Es de alcohólicos desear un ron el miércoles a mediodía?
Rasca y desubicado.
Pero a mi me da lo mismo.
Como diría Fulano: "¡A quién le importa!" .

Sigo sin entenderme. Son las siete y mí café sabe a ventana.
La lluvia huele a libro añejo.
Y las manzanas ruedan por el techo.

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