miércoles, 25 de febrero de 2009

Para usted.

Lo mejor de estar despierta por más de 40 horas es poder sentir la palpitación insistente del mundo, a pesar de los ronquidos y gemidos de perfectos extraños. Sentir el universo entrar por los poros, después de ver dibujada una línea blanca en el cielo, no en tus narices.
Una vez que pasa todo aquello y el sol vuelve a abofetearme, creo que puedo posar tranquila la cabeza en la almohada y pensar: ‘No soy la única que piensa estupideces a las ocho de la mañana. Ni seré la última’. No siempre hay que arrepentirse de las cosas que socialmente nos dicen que están mal. La maldad está en la esquina e incluso en nuestra propia casa y es aceptada diariamente. Descendemos de los animales por algo; todos queremos saltar por árboles, tener sexo con cualquier presa que se nos cruce y hasta matar para sobrevivir. ¿Qué diferencia hay entre hacerlo desnudo y gritando que estar de terno y corbata, de jeans y zapatillas usando cuchillo y tenedor? Es cierto, somos animales; pero esta situación me está incomodando, a veces los placeres mundanos nos vacían el alma en vez de llenarla. Lo más miserables que podemos llegar a ser como personas en este mundo, es tener que echar por tierra todo lo que hemos construido por demasiado tiempo, y eso está mal, date cuenta. Es absurdo todo esto, no tiene sentido; tocar, al menos para mí no es lo mismo que sentir. Va más allá. Nada hace más feliz a las personas que poder abrazar a aquellos que nos dicen todos los días un ‘te quiero’. Y ojalá sin permiso. Porque es cierto, nada se compara con sentir. Y en esto jamás hubo algo de aquello.
En la cancha se ven los gallos, dicen.

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