lunes, 26 de abril de 2010

El tiempo en la piel.

Estábamos en la cocina, era la noche de un sábado, el viento se colaba por la ventana y ella me hacía notar que en sus cansados huesos el frío otoñal hacía lo suyo. Me habló durante horas, de penas, de amores y de dolores. Yo sostenía un famélico cigarro entre los dedos y ella una copa de tinto que de vez en cuando se llevaba a sus violáceos labios. Hacía frío pero no importaba pues momentos como aquel ocurren pocas veces y, es mejor decir pocas que decir nunca, así que me quedé atenta escuchándola. La piel ajada de sus manos ásperas acariciaba mi mejilla mientras una lágrima se deslizaba entre las bolsas de sus ojos hasta aterrizar en las líneas de su boca. Me dijo 'vuelve', me dijo 'te necesito', me dijo tantas cosas y yo no supe qué decir. Si supieras mujer, cómo me hace falta la caricia de tus manos curtidas por el cloro y amarillentas de tabaco, maltratadas por la artritis y por los años; sin embargo, tibias y bondadosas, desinteresadas y humildes, cómo te necesito, mujer, en esta noche azulosa de frío y gris de soledad. Cómo quisiera estar a tu lado, riéndonos de tus locuras y llorando nuestras penas. Cómo te amo, mujer.