domingo, 5 de abril de 2009

Morfina.

Un cigarro en la derecha y un café en la izquierda, frío. Miro por la ventana y los arboles se acercan, se alejan. Doy vueltas como un perro enjaulado dentro de la habitación, voy al living, a la cocina, salgo al patio, entro otra vez. Prendo otro cigarro. Las paredes se doblan, se hunden los cuadros. Nada parece ser real. Me tumbo en la cama, miro el techo, veo tu cara, estás en todas partes. El teléfono suena, es tu voz en el aire; no contesto. Es tu aroma ácido en mis manos, tu piel en mi piel. Desgarrándose. Eres todo lo que necesito y no estás, tal vez nunca estuviste. Suena el teléfono otra vez, sigue sonando, no contesto.
Fuimos la mejor película. Fuimos Mágicos, transparentes, cínicos, pornográficos, crudos, en carne viva. Nunca o casi nunca hicimos el amor con música de fondo, chillando, resquebrajando vidrios, saboteando jugos, agitando poros. Son imágenes, sin subtítulos, sin audio. Tienes el premio al mejor actor, tenlo por seguro. Jamás entregué tanto y recibí tan poco. Duele tu indiferencia, tu silencio, tu manera de mentir.
Hoy en la ducha imaginé que vendrías, como siempre a robarme el alma, el cementerio, la pala, la tierra y la fe. Já, qué fe. Nunca tuve fe, nunca creí ciegamente en algo, ni siquiera en ti, menos en mí. Creo que todo aquello terminó por pasarme la cuenta, siempre dudé. Fue todo un show. Pero no hay que preocuparse, tarde o temprano, estamos todos destinados a querer morirnos, por cualquier tontera. Cuando hay una mancha en el piso no se recurre solamente al cloro para limpiar la sangre. Se debe recurrir al intelecto, a la paciencia, al tiempo, a la geometría, a la filosofía, a la tranquilidad y a la FE, en vez de simple cloro, simple agua y un simple paño para limpiar.
Con el correr de los días, cualquier estupidez nos toma por sorpresa y quiere azotarnos para poder perder el Norte. Creo que este domingo pudo haber sido mi día, pero no, no vale la pena. Tú nunca estuviste. Te esperé tanto tiempo, toda la vida quizás lo haría. Aún te siento y dueles. Parece que aún estuvieras aquí, mirandome como ayer. Como en esas tardes de otoño, de alamedas mojadas, llenas de hojarascas, llena de ti. Y nosotros como dos locos ríendonos del mundo y de nuestro amor prófugo. Santiago me persigue. Mis manos siguen frías, mi piel te clama a gritos. Santiago sigues ahí. Estaciones de metro, paraderos de micro, plazas empapadas, pasajes oscuros, semáforos en rojo, camas ajenas, calles vacías, madrugadas completas. Nadie más que tú. Tú y tu maldita forma de ver la vida, como un juego. Ganaste, y el que gana siempre hace trampa. Y yo caí en la tuya. Cuántas veces intenté cambiarte, pero la gente no cambia, tú no cambiaste, ni siquiera por ti. Y yo, como tonta sigo pensandote; quizás ni me recuerdes o tal vez nunca me pensaste. Pero te pienso y te siento. Pienso en las mañanas dentro de ese vagón, cuando las despedidas duraban una eternidad y yo volvía a ti, como una polilla hacia la luz, sedienta de calor. Pienso en las tardes donde el tiempo era nuestro mejor enemigo y, sin embargo, esos veinte minutos eran eternos como aquel abrazo que nos hacía uno. No dejo de pensarte, la culpa la tiene abril.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuánta envidia siento por Santiago, quién más le puede pensar de tal forma?

Anónimo dijo...

pero la culpa, efectivamente, la tuvo abril...