martes, 25 de agosto de 2009

No sé por qué te creo tanto.

Me di cuenta que hace mucho tiempo no vuelo. Antes, me lanzaba por los balcones y volaba de cerro en cerro, me perdía en el aire y en la brisa, jugaba con las nubes, viajaba a planetas y a galaxias azules. Hoy no vuelo: me arrastro. Me he convertido en una lombriz cada vez más diminuta que de tanto arrastrarse hasta tierra come. He dejado la imaginación y los sueños de lado sólo para no inventarte tanto, para no olerte en mis manos, para no crearte en mis sueños, para no sentirte en la piel; simplemente, para no pensar que te tengo sólo en la distancia. Distancia, solar, como estas ganas que tengo de ti. Ganas de atraparte, de tenerte entre mis manos -y piernas- y que no te vayas jamás -que no te marches, que no me dejes-. Sólo puedo respirarte, sentir tu aroma lejano, tu beso moribundo del que sólo tengo recuerdos. Mirarte y que me mires nunca es suficiente, yo quiero tu ojo, tu nariz diminuta, quiero perderme en tu voz y en tus palabras, en tu lenguaje hundirme y nacer mil veces hasta que la muerte ya no sea desechable, hasta perderme -nuevamente- en ese minuto que se quedó jugando en tu espalda para luego nadar en tu piel. Me rehuso a no tenerte, me niego a sólo verte. Quiero embriagarme con la música de nuestros cuerpos, sentir la respiración de nuestras almas como ahora siento esta ausencia de ti. Te quiero aquí, ahora ¡Ahora!
Intentaré volar.

No hay comentarios: