lunes, 30 de noviembre de 2009

Con el corazón salado.

Caminaron sobre la arena mientras el mar les arañaba los pies, subieron unas rocas para poder apreciar mejor el hermoso paisaje y se sentaron sobre una de ellas para descansar. Eran las ocho y quince y ante sus ojos una hermosa puesta de sol iluminaba la tarde. Un barco dibujaba una línea en el mar y se perdía en el horizonte. Los colores del cielo decoraban la tarde: púrpura, naranjo, celeste y amarillo. El viento les acariciaba el rostro mientras ellos se besaban con ímpetu. Estaban solos. Él con sus torpes manos rodeaba su cintura y ella acomodaba suavemente su cabeza en el pecho de él. Se fue el sol y se escondió quién sabe dónde. El cielo comenzó a pintarse de gris. Él se levantó y fue hasta el borde de la roca más alta para mirar cómo las olas rompían en las rocas de más abajo. Ella, también quería ser espectadora de tal escena, caminó hacia donde estaba su amado lo abrazó y besó como nunca. "Te amo" le dijo con ternura. Dieron juntos un paso hacia delante...

...y la sangre tiñó el mar.

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