domingo, 3 de julio de 2011

Hasta que el café se enfríe.

Decidir. Debería ser tan simple como querer darle un mordisco a la carne jugosa cuando se está hambriento. No deberíamos pensar en explicaciones, ni preparar algún experimento cardiovascular, no es ninguna ciencia milenaria ni mucho menos una prueba de esta máquina de biopoder teológica y sexual -y, asquerosamente, religiosa hasta el esfínter y más allá de la coronilla- que es la sociedad actual. Donde nos ponen etiquetas hasta en el páncreas. Decidir, insisto, no debería tener razón de ser, no hay cuestionamientos. Hacerlo y ya está.
¿Quién dijo que la boca sólo sirve para comer y hablar?

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