No tengo temor a morderme los labios ni a quebrarme los dientes. Sin embargo, toda libertad decae, todo tiene un final, todo llega a un punto, a un límite.
La vida es como la cocina de la abuela; decadente, fuerte, roñosa, fragante, fulminante, quemada, tal como la televisión, la cuenta del gas o el costalazo del bandido; cuesta sacarse los piojos, el cerumen, el hambre, la sed y el odio.
Nadie nos soba la espalda cuando lloramos. Nadie debe ser tan soñador, ni buen perdedor. Pero yo me acuesto feliz viendo las fotos de rigor, el eterno café que se congela a mí lado y el confort reseco, la foto de Tom Yorke mirándome con sus ojos de pescado, los cuentos de la "añorada" infancia descansando a calzón quitado y mi corazón inhalando todo lo que pueda pillar a su paso, tristemente casi feliz, soñando o esperando desesperadamente la hora de su siesta fugaz.
Pienso que no he visto nada y no porque no quiera hacerlo sino porque los vidrios de esta habitación tienen demasiado polvo por dentro y ya estan arrugados los pobrecitos de tanta lluvia, por fuera. A través de mis persianas, no se puede ver el cielo; veo ladrillos que uno a uno apilados forman el muro de elefantes.
El reloj me grita que ya es hora de ir por un cigarrillo, entonces, salgo al patio a recordar los pasos de la noche anterior y mi buen amigo Bukowski me dice que vaya por una botella de vodka para amenizar la noche, sin embargo, mi garganta me suplica no más Paula, no más. Entonces, él se sienta a mí lado y comienza a relatar sus hazañas, me habla de sus prostitutas y del exceso de sexo. Me habla de licores y noches de nicotina, de antros y suburbios, de multitudes y noches de desierto. Me habla de despecho, de silencio, de relojes tuertos; de humanos y de esperanzas que como espejos caen y se revientan, se aplastan con los pies. Pasan las horas y él no calla, yo lo escucho pero es como si yo no estuviese. Ni siquiera me mira. Pero así es la cosa, al menos conozco a alguien que delira, sueña, fuma, bebe, grita, patalea, pelea y a veces, pocas veces siente como yo.
Porque ya no siento lo que pienso, pienso lo que no siento. Quiero lo que no está y no quiero lo que está. No me agrada nada hoy.
Mejor, púdranse todos. A la chucha, al carajo, a la mierda, al Diablo, al judío, al santo, a la perra; maldigamos todo antes de que nos maldigan en serio.
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