Después de la hecatombe
todo queda calmo y silente
y un dolor remoto
crece con letargo.
Desde las arterias brota el espanto
llenando de incertidumbre
cada esquina y rincón
de este cuerpo
hogar de la costumbre.
Mas de pronto descubro
las razones, las excusas
¡es este silencio!
-a veces- incómodo y feroz
el que me obliga a pensarte.
El recuerdo de tu sonrisa
tus canciones y lo impensable
¡treinta días eternos!
creando paisajes junto a tu piel dorada
que hoy fugaz, se desvanece.
Cuando mi alma vuelve
te busco entre calles y puentes
y es que Santiago
-inevitablemente-
me grita tu nombre.
Porque no hay nada peor que decir:
"Demasiado tarde".
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