martes, 25 de marzo de 2008

5:30

Ibamos por la vida como dos polillas sórdidas, como dos picantes sublevados, bailando el tango de los amantes, bañados en la salsa blanca de nuestros días, en la crema caliente de nuestros corazones pegajosos, la que se ha revuelto día y noche sin parpadear, nos ha hecho comer sin titubear y nos ha deleitado con amor sin holgar.
Son tus palabras, tus versos mezquinos, tus piernas de azúcar y tu espalda forrada en néctar, tus manos con el cigarro famélico, tu chaqueta negra con su poderoso perfume, lo que me ha hecho sucumbir en una cama con migas de pan y restos de café, cual prostituta en un burdel.
Hagamos silencio, que no hay que despertar a los cuervos, a las brujas otoñales, a las abuelas de ladrido de manjar enfrascadas en destruirnos o destruirse, en querernos o dejarnos querer. Qué importa, pequeño gran hombre. Mis ojeras me desgarran y los dedos me palpitan, las piernas me tiemblan y mis dientes crujen y se trizan. Aquí estoy, soy todas las palabras que ignoraste.

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