jueves, 27 de marzo de 2008

C'est la vie.

Llego arrastrando los pies y gateando entro a la cocina; acto seguido, un vaso de jugo directo a la vena, una dormitada de diez minutos infinita, grandiosa. Me siento, lloro, escupo, golpeo, destrozo, trituro y pateo. Me río.
La maldita poesía dolorosa, patética, irritable y divertida de una noche, es la culpable. Mientras muchos duermen, yo me deleito recordando los rostros pusilánimes y desdichados que vi caminando por Ahumada a las seis de la tarde.
Quizás demasiado café no me deje dormir. Me duele un poco el estómago y las yemas, pero nada más. La espalda me pesa un siglo; y un par de años más los brazos. Anoche me preguntaron si tenía hora, pero resulta que no tenía reloj, ni ganas de alzar la cordial boca.
Son las siete y media, mi lápiz imaginario sangra en charcos de libros sin letras, y yo contemplo desde mi cama sin colchón la mesa sin patas, el cuaderno sin hojas, la muñeca sin ojos; intento respirar, pero siento mis pulmones sin aire y mi corazón sin sangre, el cuerpo sin alma y los dedos sin ganas. Mejor le digo a mis pies "vamos pequeñines, suban las escaleras con mermelada, a ver si se caen de hocico a tal adorada cama".
Buen día, señor(a) lector(a).

1 comentario:

canido dijo...

Oh! Convertiste algo totalmente cotidiano en una lectura cautivadora. Oh! "La espalda me pesa un siglo.. un par de años más los brazos"... En el mismo idioma que el título: chapeau!