Llego arrastrando los pies y gateando entro a la cocina; acto seguido, un vaso de jugo directo a la vena, una dormitada de diez minutos infinita, grandiosa. Me siento, lloro, escupo, golpeo, destrozo, trituro y pateo. Me río.
La maldita poesía dolorosa, patética, irritable y divertida de una noche, es la culpable. Mientras muchos duermen, yo me deleito recordando los rostros pusilánimes y desdichados que vi caminando por Ahumada a las seis de la tarde.
Quizás demasiado café no me deje dormir. Me duele un poco el estómago y las yemas, pero nada más. La espalda me pesa un siglo; y un par de años más los brazos. Anoche me preguntaron si tenía hora, pero resulta que no tenía reloj, ni ganas de alzar la cordial boca.
Son las siete y media, mi lápiz imaginario sangra en charcos de libros sin letras, y yo contemplo desde mi cama sin colchón la mesa sin patas, el cuaderno sin hojas, la muñeca sin ojos; intento respirar, pero siento mis pulmones sin aire y mi corazón sin sangre, el cuerpo sin alma y los dedos sin ganas. Mejor le digo a mis pies "vamos pequeñines, suban las escaleras con mermelada, a ver si se caen de hocico a tal adorada cama".
Buen día, señor(a) lector(a).
1 comentario:
Oh! Convertiste algo totalmente cotidiano en una lectura cautivadora. Oh! "La espalda me pesa un siglo.. un par de años más los brazos"... En el mismo idioma que el título: chapeau!
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