jueves, 20 de marzo de 2008

Olvídalo.

Tuve un sueño tan, pero tan raro, que ni siquiera sé si realmente lo soñé o lo inventé.
Se suponía que era yo, pero en el sueño era ella y no estaba aquí, estaba allá. Al otro lado, pero acá. Bailaba tango con los aviones, miraba una isla desde las alturas. La verdad, no sé si estoy cuerda o esto parte de mí locura.
Ah, no importa.
Eran las tres de la tarde, luego las cuatro.
¡No!
Son las 5.
No importa la hora Paula, insisto.
Desperté.
Prendí la luz, busqué el control e intente prender el televisor, pero mi reflejo se deformó en la pantalla y mis ojos fatuos, se horrorizaron al verlo, entonces, salieron corriendo, huyeron.
Aún no los encuentro. Todavía no empiezo a buscarlos.
No pasaron ni cinco minutos, cuando sentí un par de golpes en la puerta. Claro, eran ellos, volvieron arrepentidos con las pestañas entre las cejas; jamás me quisieron decir qué vieron allá afuera. Descarté la idea de encender el televisor. Vi los libros, pero no; demasiada literatura, demasiados amores frustrados, demasiadas muertes. Demasiado tiempo.
Mejor duérmete, Paula. Dejate de bromas.
Eres una perdedora.

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