domingo, 27 de abril de 2008

Dos y medio.

Confundí lunes con viernes. No sé si fue el destino o una mera coincidencia, pero sucedió. Tomé la micro de rigor, y me bajé en el lugar de siempre; pero no a la hora de siempre. Terminaba una canción y empezaba otra, justo esa canción, tú sabes. Hacía frío y mis manos temblaban, estaba recordándote. Caminé hacía la esquina, el semáforo me miró con odio hasta que dio luz verde, entonces caminé impaciente, sólo pensando en pisotear y escupir la maldita Alameda, pero no alcancé a llegar al otro lado cuando creí escuchar que gritaste mi nombre; miré a todos lados y claro, eras tú. Aún no lo entiendo, quizás si me hubiese bajado un minuto antes de la maldita micro no te habría encontrado, tampoco si el semáforo hubiese cambiado el rojo por el verde un segundo después o si hubiese demorado un poco más en tragarme aquél amargo café. Maldición. ¿Cómo en una calle tan larga y en una ciudad tan grande, siendo tan ínfimos, nos encontramos? Santiago nos obliga, eso debe ser, eso TIENE que ser. Justo en ese puto segundo, justo cuando sonaba ESA canción, justo cuando iba pensando en AQUELLO, escuche mi nombre. Miré, buscándote, encontrándote; ahí estabas. No hicimos más que mirarnos, yo en silencio grite tu nombre, pero tú seguías gritando el mío, triturando mis oídos. Maldición, otra vez. Di media vuelta y seguí caminando, sabía que aún estabas ahí pero no quise mirar. Toqué el cielo y luego el suelo. Maldición, nuevamente. Siempre lo supe, esta vida es una película sin cámaras, somos los actores sin escenario. Somos los mimos que nunca callan. Traté de pensar en cualquier estupidez, para que ese minuto diera paso al siguiente y así sucesivamente. Pero no, nada de eso funcionó. Me agarré la cabeza y me arranqué las neuronas una a una. Te maldije y no pude evitar reírme, es que realmente lo encontré absurdo. Parecía un chiste, de esos crueles; quizás una comedia o el final de la teleserie. Entonces volví a mirarte y sonreíste. Pero ya era tarde, el semáforo nuevamente se burló de nosotros y te fuiste. Entonces ahí me quedé, sin saliva y con el corazón en los pies, sangrando frente a mí, llorando el pobrecito; suplicándome que por favor le hiciera caso, que dejará de pensar en ti; lo recogí, le quité el polvo y lo puse de nuevo en su lugar. Pensé que si volvía a pensar de nuevo en ti aparecerías tras la esquina, con tus pasos lentos como hace casi un par de vidas. Anduve sin buscarte, pero sabía que andaba para encontrarte. Sabíamos que tarde o temprano nos encontraríamos, lástima que fue demasiado tarde.

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